jueves, 27 de octubre de 2011

Etiquetas en la maleta.


¡Me voy de mi tiera amada
con lágrimas en las mejillas
de equipaje las cuchillas
y esta angustia deshojada!
D. Romero.
De siempre ha existido la tentación y práctica de nombrar los mismos hechos con palabras diferentes según el interés político de las partes. Cuba no iba a ser una excepción ni el tema de la emigración nacional tampoco, así vemos una disputa entre el gobierno cubano y sus oponentes por ver quien lleva razón al adjetivar a los que dejan el país: emigrantes económicos o políticos. La respuesta que pueda dar un individuo, sus motivos personales para emigrar, parece no ser relevante o al menos útil para aclarar este entuerto porque conocer la verdad es lo de menos cuando se quiere llevar razón, incluso no faltarán quienes acusen al individuo de no saber sus motivos particulares, como si la “verdadera” causa fuese una prenda que sin querer se le coló en el equipaje.

El gobierno niega que pueda existir algún tipo de motivación política para abandonar el país como si en la Cuba socialista no se persiguiese policial, judicial o administrativamente a los no revolucionarios. La categoría de preso político fue sustituida por la de preso contrarrevolucionario, calificativo que fue creciendo en la misma medida que el sistema se hacía más totalitario abarcando no solo lo puramente político sino también las transgresiones a la nueva moral dominante. Una persecución bien disfrazada con figuras legales más prosaicas como mercenario, peligrosidad, antisocial, desacato, etc. Como buen prestigitador el gobierno se sacó de la manga las teorías del jurista Jiménez de Azúa según las cuales el delito político necesariamente tenía que ser progresista, el que trataba de cambiar la sociedad para mejorarla, en tanto que el sistema comunista se considera así mismo el paradigma del progreso es imposible darle ese beneficio nominal a posiciones antagónicas.

En el bando contrario a la Revolución desde políticos, intelectuales y gente corriente se lanzan diferentes conjeturas para demostrar que los emigrantes cubanos lo son por causas políticas, teorías cándidas como la que relaciona siempre la economía con la política del poder: una verdad de Perogrullo pero que no es suficiente para catalogar a todos los emigrantes económicos del planeta como refugiados políticos. Algunos apelan al uso de alegorías como que los emigrantes ejercen su voto contra el gobierno usando los pies, siguiendo con esta figura literaria también cabría pensar que se abstienen y la política se las trae sin cuidado; o que implícitamente el acto de emigrar prestigia al cubano que sale frente al que se queda que no se ha manifestado al respecto por no haberse largado.

Además de estas razones que recurren a los motivos de la partida hay otras que hacen hincapié en las consecuencias que acarrea emigrar. De todos es sabida la telaraña legal que atrapa al emigrante cubano: los permisos de salida que obligan a un viaje sin retorno, las confiscaciones, la casi imposibilidad de regresar con residencia permanente o las limitaciones a la estancia temporal en el propio país. Ese hostigamiento por parte del gobierno y su orden jurídico entorno al acto de emigrar tanto en su grado de tentativa como en la conclusión animan a esta suposición sobre el carácter político de la emigración.

Pensar que por algún tipo de encantamiento el cambio de lugar de residencia lleva también implícita una categoría especial en las vicisitudes políticas del cubano y sus relaciones con el poder es hacerse trampa a uno mismo, cuando se emigra eres lo que ya eras anteriormente, un cubano a merced de un sistema o gobierno – que no es lo mismo, pero en este caso igual porque siempre han gobernado los mismos – totalitario, con una sombra muy alargada mas allá de cualquier geografía: se perciba como hostil o no.

Enrique Garcia Mieres.

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