martes, 22 de mayo de 2012

Ideología ociosa.

Los jóvenes cubanos que aún defienden a la Revolución en un ámbito controversial con adversarios ideológicos suelen recurrir compulsivamente al pasado de sus padres y abuelos, no solo para justificar   el mito fundacional revolucionario del que se consideran deudores, también  para explicar su techo, de como hubo una vez, cuando las circunstancias geopolíticas eran favorables- en Román Paladino cuando llovía dinero soviético-  se alcanzó la cima del bienestar socialista (en realidad un estado del “regularestar”). En todo  caso no se perciben, entre otras cosas porque no lo son, como protagonistas de hechos “gloriosos” presentes o venideros. Esto los convierte en jóvenes regresivos, en contraposición a la actitud transformadora y progresista de la que se sentían participes sus padres que entonces construían una utopía, o distopía a la vista del resultado final. Los jóvenes de ayer, por decirlo de alguna manera materializaban su ideología en aquellos planes maestros que diseñaban sus líderes, estaban ocupados haciendo cosas aunque fuesen delirantes. Los cubanos de hoy  viven con una ideología ociosa, habitando las ruinas de aquellas obras.

Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo describía algunos rasgos de estas ideologías: el pensamiento ideológico se torna emancipado de la realidad que percibimos con nuestros cinco sentidos e insiste en una realidad «más verdadera», oculta tras todas las cosas perceptibles, dominándolas desde este escondrijo y requiriendo un sexto sentido que nos permite ser conscientes de ella. Este sexto sentido es precisamente proporcionado por la ideología, ese especial adoctrinamiento ideológico que es enseñado por las instituciones docentes establecidas exclusivamente con esta finalidad, la de preparar a los «soldados políticos». Ese sexto sentido y la realidad “más verdadera” que anulaba los sueños personales o los trastocaba en colectivos eran un motor para la vida del revolucionario.

Pero qué pasa hoy cuando ya no hay planes quiméricos que den sentido a la cotidianidad, ni recursos financieros caídos del cielo comunista, que proveía con religiosa puntualidad, para iniciarlos. Cuando el líder “profeta” ya no interpreta el pasado, presente y futuro para conseguir de un modo inevitable, siguiendo sus propias reglas, que esas profecías se autorrealizaran. Pasa que los revolucionarios se quedaron huérfanos de sueños colectivos, sin tareas ni encomiendas más allá del ritual y la liturgia, con una ideología huera de contenido efectivo. Y lo acepten o no, solos, con sus anhelos particulares que el sistema en ruinas ya no solicita. El propósito de la educación totalitaria nunca ha sido inculcar convicciones, sino destruir la capacidad para formar alguna ( Arendt, idem).

Enrique García Mieres.

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